lunes, 20 de febrero de 2012

the before i die list

Platicando con un amigo recordé que tenía esta lista arrumbada en uno de mis diarios, creo que viene siendo hora de hacer alguna de estas cosas:

Subir a Hierro
Ir a Japón y sentarme debajo de un cerezo a leer.
Aprender a tomar fotos (en proceso)
Ir a Kuroshio Sea (Acuario) en Japón
Aprender Ruso
Patinar en hielo (ya)
Ir a Rusia a comprobar que esos castillos no son de dulce
Graduarme de literatura
Tener mi librería
Bailar harvest moon en mi boda
Tener un hijo/a
Aprender a leer el Tarot
Tomarme buenas fotos en ropa interior (so that i can remember i was once young and beautiful)
Ver la aurora boreal
Ver una lluvia de estrellas (ya)
Participar en la sinfónica
Ir a una ópera
Aprender a tejer
leer todos esos cien libros (lista básica)
Ir al círculo polar
Ir a las cataratas Victoria
ver nieve de verdad
tomar café en París
have sex (haha...)
Abrir un split
Ir a un concierto de Pearl Jam
Ver en vivo Cold Mountain
Ir a Boston
Surfear
Publicar un libro
Dar clases.
Nadar con tiburones
Aprender a bailar: tango, salsa, merengue, walts, fox trot y swing
Leer toda la Biblia
Actuar en una obra de teatro
Cantar en público
Modelar para fotos
Tocar una canción en guitarra (ya)

fragmento de un diario

Sentí como el alma se me salió del cuerpo. Escuché el sonido de un golpe seco, como si una mano invisible hubiera descorchado una botella vacía y el aire hubiera entrado llevándose todo. Después del golpe no escuché más nada pero en su lugar podía ver mi cuerpo retorciéndose, sentir el aire correr por mis venas, llenar mis pulmones a la fuerza como por primera vez en mucho tiempo. La vida se me escapaba en cada grito, se me derramaba en cada lágrima. Pensé, algo así ha de sentirse nacer. Cuando me tranquilicé todo se había ido como con aquellas tormentas que no dejan nada más que el vacío. Sin más que perder me senté en una orilla a esperar no sé que, tal vez a que regresara mi alma, mi vida o al menos tú.

1:00 am (reflexiones)

Siempre lastimamos a quien más queremos, parece ser una regla infalible de ese juego al que llamamos amor.
Nos vemos a los ojos, día con día.
Nos tocamos, sonreímos,
nos queremos sin saber como ni por qué.
Nos exigimos, nos culpamos, es tan fácil.
Tenemos miedo de no estar juntos.
Tenemos miedo de estarlo.
Tomar el riesgo y no tomarlo.
Permanecer inmóviles, no hablarnos franco.
Cuando queremos llorar, gritamos.
Cuando queremos gritar, no hablamos.
Al final, confundidos ya no decimos nada.
Entonces, los malentendidos, los
"tú no hiciste"
"yo no dije"
"no te importa"
"no me escuchas"
y sus derivados.
Intentos asquerosamente inútiles por revelar la verdad aparentemente inestimable.
¿Por qué será tan difícil ceder?
¿Por qué tan difícil decir "te quiero"?
¿Por qué es tan difícil mirarnos a los ojos y entender, cuando sabemos exactamente lo que el otro está diciendo?
¿Por qué será tan difícil llegar a un acuerdo?
¿Por qué será más fácil mentir?

Siendo honestos,
sabemos exactamente que es lo que queremos.
Tenemos tanto miedo a perder.
Tan ciegos que no nos damos cuenta
que al final, el que no arriesga no gana
aunque el que apuesta pierde
pero el que no juega, al final, no tiene nada
porque nunca tuvo nada en primer lugar.

lunes, 2 de enero de 2012

El Invierno


Se caían las hojas y un viento demasiado frío para ser de otoño las desparramaba a lo largo de la calle. El Invierno había llegado de mañana, otra vez irrespetuoso de toda temporalidad, casi ignorante de las estaciones, irresponsable de su actuación.
Ella se sentía identificada con las heladas repentinas, las lloviznas indecisas de los cielos de octubre. Había olvidado cómo medir el tiempo, que la vida se le iba y todas las cosas que pasaron, que nunca creyó que pasarían, pero cuya irrefutable verdad habían sido para ella un permanente estado de conciencia y con cada minuto que ahora pasaba se repetía “yo ya lo sabía”, en una memoria en la cual no recordaba lo que había pensado un segundo antes y donde escuchaba una voz que no era la suya. Le era familiar todo cuestionamiento ontológico que pudiera ocasionarle el venir de los años que no llegaban porque ella se sentía irremediablemente atrapada en el mismo momento. Se miró en el espejo incapaz de reconocer otro rostro que no fuera el suyo, suspiraba y se preguntaba de quien era la voz que tanto escuchaba. Trataba de borrar las cicatrices que le había dejado el tiempo y una vida que no había pedido ni sabido tomar. Tras aplicar un poco de rubor se rendía con la misma apatía con la que había renunciado a sus labores diarias. “Soy como el invierno” y en la frialdad de sus vientos había encontrado una respuesta más afín a sus amores incomprensibles que no tenían nada que  ver con este mundo. Se miró de nuevo en el espejo, esta vez tratando de reconocer algún vestigio de un ser etéreo. Sabía que nadie podía entender la claridad de sus ideas, a consecuencia última de sus múltiples personalidades, que no eran sino todas una parte irrenunciablemente suya. Tomó el último cigarro que le quedaba y en el exhalar del humo se convertía en éter gris que se elevaba hacia el infinito. De pronto, tuvo la certeza de que nada era para siempre y que con el irse del invierno y el desvanecerse del humo el tiempo le aventaría de frente su propia muerte.

viernes, 15 de julio de 2011

Sueños

Me despierto entre sueños gritando tu nombre. Un grito que sólo tú y yo conocemos, la histeria de saberte lejos. Entre sombras te sigo y no te alcanzo, te tiendo mi mano y no siento la tuya. Entre la oscuridad de mis sueños te ruego que aparezcas y me levanto llorando unas lágrimas que no son mías, son tuyas, nuestras. Tengo miedo de despertar hace 3 meses, descubrir que el tiempo no pasa, que no estás conmigo, que no te conozco. Grito tu nombre, lloro tu nombre, tiemblo tu nombre con la desesperación que viene inmediatamente después de encontrar vacía mi cama, vacío mi tiempo, vacíos mis sueños, vacío mi cuerpo. Con la luz de la mañana viene el terror de haberte imaginado, la angustia de buscarte y no encontrarte. Me despierto entre sueños gritando tu nombre y tengo miedo de que no seas real. 

sábado, 28 de mayo de 2011

así que me puse la pijama y me quedé esperando a que no vinieras

otra vez

miércoles, 11 de mayo de 2011

Estoy contemplando la nada. Veo acercarse su nube gris. La veo cubrir todas las cosas, consumirlo todo, devolver en las cenizas la voluntad hecha polvo.
La contemplo desde la orilla de un abismo sin fondo. De frente, cada vez más real. Cada vez más cerca. Observo mi reloj y sólo veo el minuto que pasa, la hora certera en que todo habrá de acabar. Regreso mi pensamiento al abismo, A mis pies: el riesgo. Tiro mi cabeza hacia arriba y le pido algo al cielo, no sé qué. Tal vez un minuto más o un minuto menos, la salvación o la fuerza para afrontar el miedo. Espero callada una señal divina. Nada. No pasa nada.
Entonces me queda claro: la nube ha llegado a Dios, lo ha disuelto en gotas de lluvia. Cae una sobre mi rostro. Otra. Oráculos de un destino irremediablemente trágico.
El reloj se detiene. Es hora. Vuelvo la mirada al frente y veo ante mi una nube negra. Quiero gritar. No sale nada. Es demasiado tarde para intentar cualquier cosa. Me niego a darle la espalda. Cierro los ojos. Busco en mi interior el último vestigio de fuerza. No encuentro nada.
Y entonces lo siento. Antes del golpe un quebrado rayo de esperanza me empuja hacia el abismo. Abro los ojos. Veo la nada pasar ante mí, destruirlo todo.
De encuentro, el suelo. Aterrizaje forzado por la fe paracaídas.
La fe para caídas.
Reconozco sobre las paredes del abismo una inscripción tallada:

Instrucciones para volar.
Antes de caer debe saltar. Después de la caída, prosiga a tocar tierra firme. Ya logrado el aterrizaje, siga andando. Una vez retomado el camino, emprenda el vuelo.