viernes, 22 de octubre de 2010

El desierto

Había un aire de misterio en aquél hombre que ahora me tomaba de la mano para atravezar la noche. Me dijo que quería conocer el mundo conmigo y me llevó al desierto y en el desierto pude ver las estrellas como nunca las había visto. Acostada en la arena le pedí que me contara la historia de Sansón, me dijo que no era católico. Creo que debo empezar a leer la Biblia.
Alto y muy delgado, sabía que podía defenderme, cuidarme y que nunca dejaría que algo me pasara, aún así no lograba sentirme segura a pesar del café, a pesar de su brazo alrededor de mi cintura. Al amanecer no podía recordar cómo demonios había llegado ahí, el aire frío de la madrugada me pegó en la cara. Pronto será invierno.
Porqué me había dejado llevar era algo que me quedaba bastante claro. Quería, en efecto, conocer el mundo. Quería sentirme segura. Quería aprender, vivir un sueño, besar a un hombre y no obstante sentirme libre.
Prendió una fogata, tomó mi mano.
- Mi mundo se está extinguiendo.

Supe que no podía quedarme un segundo más, porque en China empezó un terremoto que no tardaría en abrir la tierra a mis pies y tragarme entera, tragarme para siempre. Y sin embargo.
- No te vayas.
Le pedí que no me dijera cosas tan tristes, me dijo que era la realidad aunque no lo fuera, aunque no tuviera que serlo. Puedes dejar que tu mundo se apague pero no voy a dejar que el mío se extinga contigo.
El desierto nunca volvió a ser el mismo.