miércoles, 11 de mayo de 2011

Estoy contemplando la nada. Veo acercarse su nube gris. La veo cubrir todas las cosas, consumirlo todo, devolver en las cenizas la voluntad hecha polvo.
La contemplo desde la orilla de un abismo sin fondo. De frente, cada vez más real. Cada vez más cerca. Observo mi reloj y sólo veo el minuto que pasa, la hora certera en que todo habrá de acabar. Regreso mi pensamiento al abismo, A mis pies: el riesgo. Tiro mi cabeza hacia arriba y le pido algo al cielo, no sé qué. Tal vez un minuto más o un minuto menos, la salvación o la fuerza para afrontar el miedo. Espero callada una señal divina. Nada. No pasa nada.
Entonces me queda claro: la nube ha llegado a Dios, lo ha disuelto en gotas de lluvia. Cae una sobre mi rostro. Otra. Oráculos de un destino irremediablemente trágico.
El reloj se detiene. Es hora. Vuelvo la mirada al frente y veo ante mi una nube negra. Quiero gritar. No sale nada. Es demasiado tarde para intentar cualquier cosa. Me niego a darle la espalda. Cierro los ojos. Busco en mi interior el último vestigio de fuerza. No encuentro nada.
Y entonces lo siento. Antes del golpe un quebrado rayo de esperanza me empuja hacia el abismo. Abro los ojos. Veo la nada pasar ante mí, destruirlo todo.
De encuentro, el suelo. Aterrizaje forzado por la fe paracaídas.
La fe para caídas.
Reconozco sobre las paredes del abismo una inscripción tallada:

Instrucciones para volar.
Antes de caer debe saltar. Después de la caída, prosiga a tocar tierra firme. Ya logrado el aterrizaje, siga andando. Una vez retomado el camino, emprenda el vuelo.

1 comentario:

Fery dijo...

mi favorito de la historia, wow