lunes, 11 de febrero de 2008

Lo que dijo tu cama

Las sabanas se sentían frías debajo de mis manos, él temblaba. La cama giraba a veces, otras veces se quedaba quieta y me dejaba sentarme a tu lado. Volaba por rincones del mundo y se ocultaba detrás de la plica de una corchea. A veces esperaba a que despertaras otras veces comenzaba a bailar sin ti. Yo fui testigo. Era la cama la que me invitaba a la fiesta en donde tus manos ya no sabían que decir y tu pelo se embriagaba sin medida. Me metí en la noche, me acosté en las horas que pasé de arriba a abajo sin atreverme a hacer lo que hizo ella sin pensar.
Me escondí en el humo y me mezclé con las paredes que gritaban tanto que temí que te fueran a despertar, a ti y a la chica que dormía a tu lado. Lo lograron, tal vez fueron las paredes o tal vez fue mi cabeza que lloraba desesperadamente buscando el pedazo de pulmón que se me había caído en algún lugar del baño y que encontré cuando por fin bajaste las escaleras. No creo que recuerdes nada, pero ahí seguía la cama expectante, mientras tus ojos jugaban con el piso, mientras tus piernas buscaban un lugar oscuro en el cual estar a solas con la silla. Recogí dos botellas más antes de que tu risa hueca me anunciara que algo estaba mal contigo. Nunca supe que fue, tal vez por no opacar el recuerdo de tus labios contra mi mejilla o tal vez fue porque en verdad quise creer que tu malestar no iba más allá del estar alcoholizado ¿De qué otra forma me besarías?

A veces cuando recuerdo esa noche me imagino todo lo que tu cama te hizo confesar cuando la casa se quedó vacía, después de jugar apostando tragos baratos no puedo pensar que se lo perdería, desde la sala la escuchaba temblar esperando el momento en que estuvieran a solas.
Yo nunca he...supongo que se divirtió viéndote tomar el resto de la noche. Pensaste en ella, en las personas que amaste, las que no pudiste amar y las que no te amaron de vuelta. Te inundaste de recuerdos, te ahogabas entre lágrimas y alcohol etílico. La cama fue tu hombro, yo sólo fui testigo.
Esa noche dormí en la última letra de tu nombre partiéndome la cabeza por encontrar una forma de ganarle a la mujer que vive en tus fantasías, de hacer que tus ojos brillen de la forma en la que lo hacen cuando pasa aquella chica por tu casa.
Esa noche pensé en ti. Esa noche, la noche que siguió a esa y todas las demás. Todas se rieron en mi cara porque mientras yo te deseaba a lo estúpido pensaste en todos menos en mí. Alguna vez alguien me dijo que el amor no valía la pena.

Ayer me levanté en una cama que no era la tuya, medio desnuda recogí con cuidado los restos de alcohol que quedaban en mi mente y los puse en la basura, intenté juntar mis pedazos y retocar mi dignidad. No tengo que decirte lo imposible que resultó, con tu cuerpo derramándose en un sillón de la sala no pude hacer otra cosa que divagar entre las paredes y los restos de colillas de cigarros que se acumulaban en los rincones de un piso demasiado liso. No lo vuelvo a hacer, me lo he dicho tantas veces pero esta vez pretendo que sea la última. Ese día tu cama no me advirtió nada, te fuiste con la chica delgada y me dejaste gritando tu nombre mil veces a la noche. Sólo quería que tomaras mi mano y me devolvieras algo de la vida que te di. Pero no fue así, no fue un cuento mágico, ni siquiera hubo un desarrollo, no hubo un comienzo ni un desenlace, fuimos tu cama y yo peleando a muerte por un papel que no nos corresponde a ninguna de las dos. Fue un chiste obsceno el pensar que alguna vez pude creer que tenía una oportunidad a tu lado, que podría cuidar los rizos de tu pelo y aliviar tu dolor de cabeza. Tu cama me odió por eso y yo la odié de vuelta, pero ambas lo olvidamos el día en que tus manos se cruzaron con las de ella.

A veces podía entenderte, me tomó tiempo comprender que realmente no era necesario, no dijiste nada porque todo estaba dicho, o quizás ya no había nada que decir.
Ahora tu cama y yo nos llevamos bien. Me habla de ti cuando hace frío, me cuenta de tu música, de tu cuarto y de la vida antes de conocerte. Siempre viví contigo, hoy todavía no te das cuenta. Dijiste que nunca sería suficiente, pero yo ya no quiero nada que tú no me puedas dar.
La gente duele y el amor no vale la pena, ahora lo sé, sé que no es justo que tu pánico lo calmen las sabanas mientras yo estoy sentada a tu lado. Cuando estás triste es cuando me doy cuenta que la vida está torcida, que el mundo es una hora y yo soy un fantasma porque no importa cuanto te ame te atreves a decirme que estás solo.

1 comentario:

fery dijo...

Como ya te había dicho, me gustó el final. Leer tus escritos es como peinar un cabello lleno de nudos; uno termina por deshacerlos pero igual queda enmarañado :P

je t'aime trop!