jueves, 20 de marzo de 2008

Otro corazón roto

“Lo siento, no hemos podido hacer nada, le queda poco tiempo aún puede verlo si quiere.”
El pasillo era largo y frío como en cualquier otro hospital, no se porque en ese momento se hizo un nudo en mi garganta.
“Ni siquiera lo conozco” eso me decía a mi misma. El doctor se alejaba como si cualquier cosa, era un simple mensajero, una vida se había agotado y el caminaba como si nada, me resultaba difícil de creer. ¿A que tanto puede habituarse un ser humano? Ni siquiera la muerte puede escaparse de la rutina, supongo que simplemente era un hombre menos, no había nada más que analizar. El verde impecable de su vestimenta contrastaba con todo lo demás, siempre me dieron nausea esas batas, siempre me dieron nausea estos lugares, y ahora que lo recordaba me sentí enferma y no recordaba con precisión el porque estaba ahí, en esta situación, despidiendo a un desconocido y sentí ganas de salir corriendo pero mis piernas no quisieron escucharme.
No había sido simple casualidad que me lo encontrará en la calle esa noche, que fuera el único hombre que no gritó ninguna grosería, no fue una casualidad que entablara una conversación con él.
“Estoy enfermo.” Eso dijo, le pregunté porque no iba a ver a algún doctor.
“No tiene caso” y ahora que me encontraba parada en medio de la nada como idiota me dí cuenta de cuanta razón tenía, nadie pudo hacer nada. Puede resultar un tanto egoísta pero lo único que podía pensar en ese momento era que demonios debía hacer. “…le queda poco tiempo, aún puede verlo si quiere” ¿porque lo querría? ¿Acaso el deseaba verme? Tragué saliva pero se sintió más como una piedra que cualquier otra cosa. Me dí la vuelta y me dirigí hacia la puerta de salida.
“Disculpa, el doctor me ha pedido que te de estos papeles, ocupo que los llenes.”
“Estás equivocada, este hombre no es nada mío, no soy su pariente.”
“Dice que eres su hermana.” Dejó los papeles en mi mano y se fue, ¿Es que nadie en este lugar puede esperar a que la gente reaccione? Miré los papeles, vaya que me había metido en un lío. Tomé un asiento y me dispuse a llenarlos. “A quién demonios quiero engañar, no sé nada de este hombre!” Me dirigí al puesto de enfermería y aventé los papeles. Una enfermera me miró y la escuche murmurar algo ininteligible.
“QUE?!” no era mi intención gritar pero supongo que estaba tan confundida que mi cerebro no alcanzó a modular mi tono de voz.
“Le pido por favor que no grite, este es un hospital. El número de habitación de su hermano es el 103, si piensa ir a verlo le sugiero que lo haga con prontitud.”
Me quedé muda, en este lugar no había nadie con quien entablar una conversación coherente, respiré hondo y me dirigí al elevador.
“Veamos 103, piso uno”
Creo que las piernas me temblaban porque recuerdo caminar con mucha dificultad, cuando llegue a la puerta sentí que estaba haciendo algo que no debía, pero ¿Qué más quedaba por hacer?
El estaba tendido en la cama, lo miré lo que me parecieron horas pero solo fueron unos cuantos minutos amontonados.
“¿Por qué dijiste que era tu hermana? Ahora debo llenar unos papeles, vaya posición en la que me pusiste, no sé nada de ti! Como demonios se supone que...” me di cuenta que estaba hablándole a un hombre que iba a morir en unas cuantas horas.
“No había nadie más”
“¿A que te refieres? Escucha, si me das un teléfono puedo llamar a algún familiar, estarán aquí en seguida y podrán encargarse de todo.”
“NO HAY NADIE MÁS, ES QUE NO ENTIENDES?!” para ser un enfermo terminal gritaba bastante fuerte.
“Pues en realidad lo siento pero debo irme, esto no me corresponde.”
“¡Tu me trajiste aquí asume tu responsabilidad! ¡Yo no te pedí que lo hicieras, pero ahora que lo hiciste debes lidiar con las consecuencias!”
Sí, un enfermo terminal bastante ruidoso e inteligente, debí admitir que tenía un punto, un buen punto, en realidad todo esto fue mi idea. El sabía que iba a morir, yo decidí traerlo aquí cuando se desmayó a mi lado.
“No se como llenar estos papeles, no se nada de ti” Me miró, su mirada me atravesó y sacudió mis órganos vitales, mi cuerpo entró en un estado de shock, me tiré en la silla y por alguna extraña razón empecé a llorar.
“Te pasará a ti también.” Levanté la cabeza.
“¿A que te refieres?”
“Así empieza, puedo verlo en tus ojos, puedo verlo en tu forma de hablar, siempre estás temblando, aún no te haz dado cuenta pero, no es normal.”
“No entiendo a que quieres llegar.”
“Tú también te estás muriendo, sólo que todavía no te das cuenta.”
En ese momento pensé que estaba delirando, que había enloquecido o que tal vez eran de esas visiones que tienen las personas justo antes de morir. No sé porque lo hice pero tomé su mano y le dije que estaba ahí.
“No es una casualidad, no te hablé por equivocación, te vi y lo supe, supe que padecíamos del mismo mal, supe que me traerías aquí y supe que serías la última cara que vería en toda mi vida y la última mano que tomaría la mía.”
“Yo no voy a morir, no duele tanto.”
“Al principio es así, pero te preguntaré ahora ¿Sabes donde está el resto?”
“¿El resto de que?”
“El resto de tu vida ¿Sabes donde está ahora, sabes porque te dejó?”
No supe responder, mi vida me había dejado hace mucho tiempo, no, no es verdad, mi vida la regalé hace mucho tiempo, la intercambié por algo incierto, el tenía razón, ya no tenía nada, ni sueños, ni motivos, no había metas, ni siquiera un lugar en donde estar.
“Ahora entiendes.”
Y es verdad, en ese momento comprendí muchas cosas, comprendí porque estaba ahí acompañando a un extraño en la hora de su muerte, comprendí que finalmente no era tan diferente a mi misma y que los dos habíamos encontrado en los ojos del otro un mismo pensamiento.
“No quiero morir por él.”
“No morirás por él, tal vez no mueras aún, él no será el último, pero todos los que vendrán te irán quitando pedazos y no sabrás quien te quitó que.”
“Nadie va a quitarme nada, nadie nunca me ha quitado nada, yo siempre les he dado todo. No voy a morir de amor”
“No, vas a morir por estúpida.”
Fue lo último que dijo y yo me quedé ahí, efectivamente como estúpida, no entendí porque demonios lloraba, no pensé que le tuviera ningún cariño al hombre que yacía sobre las sabanas demasiado blancas, era toda la situación, era lo más triste que había visto en toda mi vida. Yo no quería morir así, en ese momento sentí una punzada en el pecho, comencé a gritar, entonces todo se volvió nubloso, lo último que recuerdo fueron las luces intensas, el olor a alcohol etílico y una voz vaga que repetía en algún lugar de la sala una y otra vez.
“Otro corazón roto”

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